Todo empezó en Oslo. Pero lo inolvidable comenzó en Tromsø.
Desde allí arrancó una semana entre carreteras solitarias, paisajes que parecían de otro planeta, nieve cubriendo tejados rojos y fiordos que cortaban el aliento.
Las Islas Lofoten son un sueño helado.
Un lugar donde el tiempo va más lento, donde los reflejos en el agua parecen pintados y donde cada curva te regala una postal distinta.
Perfecto para los que aman la naturaleza en su forma más salvaje, para los que salen a buscar la luz con la cámara en la mano y para quienes creen que una buena sopa de pescado puede arreglar cualquier día de frío.
Una ruta que no olvidaré.
Porque hay viajes que son eso… y luego están los que se te quedan dentro para siempre.

¿Quieres contillear un poquito más?

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